Algo muy especial tenemos hoy, un fragmento de mi libro 'EL CAMINO ES NO RENDIRSE Historias de Valientes para Valientes'. El autor.
"...Al otro día instalamos un retén de control, nos pusimos a revisar vehículos en la vía Valparaíso Florencia (Caquetá). Estábamos inspeccionando un bus y en ese instante llegó un campero desde el que cuatro subversivos nos empezaron a disparar ráfagas, de ahí en adelante todo fue confuso, yo tenía mi fusil y una de las armas de apoyo, un mortero y en mi pecho granadas de mano y de las que disparábamos.
Reaccioné, hicimos una maniobra para que avanzaran los equipos de combate. En un momento de esos se pone a prueba la valentía del ser humano, en los entrenamientos todo el mundo reacciona bien, pero en el ataque real las cosas son diferentes. Aquí está en juego la vida, uno lo ve cuando le zumba una bala cerca de la cabeza cae y se entierra el proyectil en el piso. Ahí se da cuenta del daño que puede causar. Esto no es un juego, aquí en todo momento está de por medio la vida.
Recuerdo mucho que por la forma como se dio el ataque, quedé en la primera línea de avance. En los entrenamientos, por el arma que yo llevaba tenía que estar atrás protegiendo a los de primera línea, apoyando para que pudieran avanzar. Es una forma de prestarles seguridad y apoyo. No fue un error que yo estuviera allí donde no me correspondía, nos habían tomado por sorpresa y teníamos que responder. Lo cierto es que los que estaban conmigo y yo, recibíamos la mayor parte del fuego cruzado.
La guerrilla se nos estaba viniendo encima. Pese a nuestra difícil situación teníamos otras contraguerrillas del mismo batallón que nos brindaban apoyo. En los entrenamientos desarrollamos maniobras en que unos se van por el flanco derecho y otros por izquierdo para cumplir una tarea de envolvimiento al enemigo, protegiendo a los que están en primera línea. Aquí las cosas eran diferentes. Estábamos recibiendo plomo de todas partes, la guerrilla en ese momento tenía fusiles AK 47. Nosotros fusiles Galil. Recuerdo que en esa confusión nuestro comandante le daba instrucciones a varios compañeros que estaban como perdidos, ellos tenían que estar apoyando y se quedaron atrás, donde quedaba el retén. En primera línea, quedamos solo cinco, un muchacho de apellido Oviedo, que maniobraba la M-60, este tipo de ametralladora hace más disparos que un fusil por minuto. Con nosotros otros tres compañeros que también llevaban cananas, para los que no saben es una unión de proyectiles enlazados por eslabones que a manera de cinturón se cruzan en el pecho como vemos en las películas de acción.
Lo que hice fue empezar a disparar granadas de mortero, unas a gran distancia apuntando bajo para obligarlos a retroceder y otras a corta distancia disparando alto para generarles confusión en la fuga, así frenaba el avance de la guerrilla porque no podían mantener las líneas de ataque. Hacer esto quizá me hizo más visible ante el enemigo. Se me acabaron las granadas y le pedí a mi compañero que me pasara una, esta debía estar completamente limpia porque el tubo es muy exacto, si tiene arena, la granada no pasa el tubo y se queda ahí, para poderla sacar toca tener cuidado porque nos podemos matar todos, desafortunadamente me dio una granada que estaba sucia. Yo estaba en un cerrito, disparé, pero el proyectil se quedó dentro del tubo, mientras hice la operación para sacarlo, recibí el primer disparo, no me hirió, pero lo sentí muy duro como cuando le sacan a uno el aire, impactó en los proveedores. Reaccioné en segundos, levantando el brazo izquierdo. En ese instante me entró el segundo disparo. Este sí me hirió. La trayectoria de la bala de un fusil es ondular similar a la ruta que sigue un alambre en un resorte, tuve suerte que no me perforó el corazón, después de esto, los médicos me dijeron que si la bala hubiese entrado por el otro costado en ese instante habría muerto. Lo que sí hizo fue perforar mis pulmones. Este último disparo me quedó alojado debajo del otro brazo a la altura de la axila derecha, la verdad tuve suerte, a pesar de estar gravemente herido, me salvé de morir, por eso digo que mi vida es un milagro.
Soldado profesional del batallón Cazadores John Jairo Vanegas Triana
Quedé tirado en el piso y no me podía levantar, lo que hice fue preguntarle al compañero que tenía al lado que me revisara los brazos, porque pensé que los tenía heridos, las balas seguían cayendo en este momento tan confuso incluso a mí me seguían pasando cerca, pero ninguna más dio en el blanco. Hoy pienso que quien me estaba disparando no tenía buena puntería. Otro compañero me jaló detrás de un pequeño barranco y me escondió. Me preguntaba ¿dónde le pegaron dónde le pegaron? Me revisaba los brazos y no veía nada. En ese momento me retiraron el chaleco y la guerrera. Yo les decía, revísenme el brazo porque me pegaron. Lo cierto es que tenía sangre por todas partes.
Escuché que llamaban al radio operador, que vinieran que le habían dado a Vanegas, todo pasaba en segundos, un compañero me pegaba en la cara y me decía que no me durmiera porque me moría. En ese instante comencé a sentir una sed que jamás había tenido en mi vida y un olor a gaseosa manzana, no sé por qué esa sensación. Recuerdo que a un soldado le pedí que me vendiera la gaseosa que tenía ahí. Yo me desvanecía y sin decir mentiras sentí como si mi alma se saliera del cuerpo y creo que me elevé unos 30 metros, sentía que me moría con una tristeza enorme. De inmediato empecé a llorar, por esa época estaba enamorado de una chica no se si era el amor por ella, o el deseo de reencontrarme con mi verdadera familia, algo raro, en un momento así los vínculos sanguíneos lo llaman a uno. Quizá esto fue lo que no permitió que ese día muriera.
Ese día pasaron muchas cosas, por el radioteléfono escuché que se había caído el helicóptero que venía a rescatarnos, esto complicaba aún más la situación porque era necesario brindarle apoyo a esa aeronave además del combate en que estábamos. Pedimos otro helicóptero que viniera por nosotros.
Mis compañeros me dieron una pastilla, que yo la llamo la pasta de la vida, la verdad fue que me reanimó bastante, la tomé con un pequeño sorbo de agua. Con tanta sed que sentía, mis compañeros no me dieron abundante, hicieron bien, hoy sé que en un momento así no hay que tomar tanto líquido porque uno puede bronco aspirar y fallecer, no olvidemos que mis pulmones estaban perforados.
Desde el instante que quedé herido preguntaba por mi lanza que era Zubieta, él llegó rápido, como a los quince minutos porque el combate no lo permitía. Me preguntó ¿Qué necesita? Le dije que me cuidara las cosas del morral, mi walkman y una cámara fotográfica. La sed era persistente y yo les pedía a mis compañeros con mucha insistencia que no me dejaran morir.
45 minutos después llegó el otro helicóptero. Recuerdo que me cogieron dos soldados de los brazos y dos de las piernas, esto lo hacían mientras otros prestaban seguridad porque seguíamos en combate. Otro helicóptero protegía el que se había caído, desde él disparaban ráfagas contra la guerrilla..."
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